martes, 17 de enero de 2012

Maison close


Lupanar, casa de citas, meublé, prostíbulo, puticlú... existen en castellano -e imagino que en cualquier lengua, viva o muerta- innumerables términos con los que designar esos espacios para la práctica de ejercicios gimnástico-eróticos, previo paso por taquilla. La imaginación (o la memoria, dependiendo del caso) de cada uno los adornará con más o menos carga de furtividad, decadentismo o sordidez. Habrá quienes interpongan ante esa idea un flou delicuescente y dulcificador, y quienes, al imaginarlo, se vean arrojados de bruces ante la imagen misma de la miseria, de la carne, la materia y la putrefacción. En cualquier caso, ambas proyecciones, entre todas las posibles, no son más que eso, reflejos especulares, amplificados si se quiere, de uno mismo y su concepción del mundo.

Con el título que Jean Marc Bustamante atribuye a esta fotografía, el autor juega deliberadamente con la ambivalencia de la expresión. La Maison close se nos aparece como un ente cerrado en sí mismo. Un edificio incomunicado e impracticable dentro del cual nada puede llevarse a cabo, por más que la luz que se filtra a través de la ventana parezca indicar lo contrario. Ante esta incógnita irresoluble tan solo queda juzgar el edificio por su envoltorio. Un vistazo rápido a la instantánea podría retrotraernos fácilmente a cualquier construcción seguidora de los dictámenes del movimiento moderno; sin embargo, algunos "errores" sintácticos ponen de manifiesto la naturaleza postmoderna de la construcción, entre los que la balaustrada del balcón marca la disonancia más abrupta. El discurso arquitectónico basado en la yuxtaposición de elementos discordantes y de falsas apariencias (como el voladizo que no es tal), lleva al espectador al "aquí y ahora", a la lectura epidérmica, quizá la única posible, de las formas, poniendo de manifiesto el hiato insalvable entre continente y contenido. Y sobre éste, lo único que se puede hacer es especular. Bustamante parece poner al espectador ante un espejo que le devuelve su propia mirada indagadora una y otra vez, y parece querer sugerir que la incógnita que plantea la casa cerrada es la misma que atañe al Yo.

Pero a través de la ventana de vidrio traslúcido surge una luz. Una luz, y alrededor de la casa, poco antes del anochecer, entre los árboles y la hierba, reina el silencio. Y éste quizá sea la única respuesta.