jueves, 15 de marzo de 2012

Mies



                     

Hace algunos meses decidí apuntarme a los newsletter de todo centro artístico, universidad e institución cultural habidos y por haber, con la intención de acudir no sin cierta avidez a charlas, cursos, conferencias, seminarios o lo que sea que en ellos se impartiera, llamado, no voy a negarlo, por la necesidad imperiosa de recolectar créditos de libre elección, pero, y ante todo, porque me da la santísima gana y no he podido hacerlo antes. Cosas que tiene haberse sacado la carrera entre los huecos libres que te deja el curro. El problema es que ahora que tengo tiempo, el panorama es un pelín escueto debido, imagino, a ciertas políticas presupuestarias. 

La cosa es que hace poco más de un mes recibí mediante el boletín del FAD la noticia de una conferencia sobre arquitectura e ideología en el contexto de la exposición internacional de 1929. Más de lo mismo, pensaréis. Ya, pero la cosa pintaba medio qué. Me explico: la conferencia en si estaba enmarcada en un máster de esos llamados interdisciplinares tan à la mode organizado por una universidad pública cuyo nombre no voy a revelar porque you never know, venía precedida por su anuncio en el boletín que ya he mencionado, lo que a priori le otorgaba cierto empaque y seriedad y, lo que es más, era impartida no por un historiador del arte o historiador a secas, y ni siquiera por Lluís Permanyer, sino, tatachán!!!, por un arquitecto.  Allá que fui yo con mis mejores intenciones. Sabréis los que me conozcáis que suelo ser un poquillo escéptico (para algunas cosas, que para otras soy más crédulo que un niño pequeño, ¡qué lástima!), y nada más llegar aquello no me pintó nada bien. "Relájate" me dije, "y espérate a que esto acabe para juzgar". Pues bien, para empezar, aquello no era ninguna conferencia, sino una clase monda y lironda con sus alumnos, su profe, su arquitecto invitado y su powerpoint. Vale, no pasa nada, de todo se puede aprender. Pues no. En resumidas cuentas, la conferencia en si se reveló una charlita de centro cívico de sábado por la mañana. El arquitecto en cuestión vino a hacer una introducción sobre qué fue eso de la expo del 29, con un poquillo de contexto histórico para, acto seguido, empezar a cantar los parabienes del pabellón de Mies van der Rohe. Hasta aquí bien, sin novedad en el frente, pero bien. La cosa empezó a torcerse cuando de golpe y porrazo comenzó a defender con uñas y dientes el valor de los pabellones de Puig i Cadafalch que lindan con el pabellón alemán. Así, a bocajarro.  A ver, esos dos mamotretos son un cagarro, y lo que es peor, de un hortera imperdonable. Y a mí que no me vengan con que si el noucentisme por aquí, que si la mediterraneidad por allá, y que si Puig i Cadafalch és una cosa molt nostrada, que diría Madame Ferrussola. Esas columnas salomónicas esgrafiadas producen urticaria, y de las torres de las esquinas mejor ni hablemos. El argumento del que se valía era el siguiente: no sólo de novedades vive el hombre y no hay que aplicar criterios evolucionistas al arte y la arquitectura. ¡Ojo al dato con el descubrimiento! De acuerdo, pero sigo sin ver el valor de esos dos edificios. 
 
 



Pero el acabose del empezose, que diría mi madre, la Paquita, llegó cuando, muy audazmente, trazó un símil extemporáneo y sin sentido hacia el panorama artístico actual: que si sólo se busca la novedad, que las cosas que se hacen ahora no se entienden, que ya no se sabe dibujar, que se ha perdido la destreza técnica, que la belleza ha sido descartada de los objetivos del arte... Le faltó esgrimir aquello de "mi gato también lo sabe hacer". Incluso llegó a decir que en ferias artísticas de pueblo (de esas con marinas y pinturitas para tapar el contador de la luz) se veían mejores cosas. Muy gordo. Y este señor es jurado de varios certámenes artísticos. Hay que joderse. Y lo peor de todo es que a esos estudiantes de máster les faltó aplaudir y estuvieron a punto de reventar de tan hinchados de autosatisfacción que estaban.

  


Pues va a ser que esto es lo que nos espera: revalorizar lo patrio lo merezca o no, eliminar cualquier discurso, desprestigiar el pensamiento crítico y, en definitiva, trazar un panorama cultural de vuelo gallináceo. Toma. Ya me estoy imaginando el próximo Sónar dedicado a la tecnosardana y con Mollerussa como ciudad invitada.

  

 El caso es que ahora mismo estoy de vacaciones, ejerciendo de Rodríguez, no por falta de cosas mejores que hacer, que las tengo, sino por una acuciante falta de liquidez. Y como hacía más de 10 años que no me pasaba por el Pabellón de Mies, decidí que ya era hora de volver a verlo y tomar algunas fotillos. Sigo pensando que es el mejor edificio de Barcelona, con permiso de Can Framis. Y me da igual que sea una reconstrucción. 


 

Al fondo, las columnitas esgrafiadas. Muy fuertes.